miércoles, agosto 14, 2013

« Hoy María Virgen subió a los cielos: alegraos porque con Cristo reina para siempre. »

La Asunción de la Santísima Virgen al Cielo 15 de Agosto



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La definición solemne de la Asunción será de gran provecho para la humanidad entera.
 “Nos, que hemos puesto nuestro pontificado bajo el especial patrocinio de la Santísima Virgen, a la que nos hemos dirigido en tantas tristísimas contingencias. Nos, que con rito público hemos consagrado a todo el género humano a su Inmaculado Corazón, y hemos experimentado repetidamente su validísima protección, tenemos firme esperanza de que esta proclamación y definición solemne de la Asunción será de gran provecho para la humanidad entera, porque dará gloria a la Santísima Trinidad, a la que la Virgen Madre de Dios está ligada por vínculos singulares… La coincidencia providencial de este solemne acontecimiento con el Año Santo que se está desarrollando, nos es particularmente grata; porque esto nos permite adornar la frente de la Virgen Madre de Dios con esta fúlgida perla, a la vez que se celebra el máximo jubileo, y dejar un monumento perenne de nuestra ardiente piedad hacia la Madre de Dios”.
Pío XII, 1 de noviembre del Año Santo 1950, Constitución Apostólica “Manuficentissimus Deus”.



Oración de S. S. Pío XII exprofeso para la ocasión de la definición del dogma de la Asunción:
“¡Oh Virgen Inmaculada, Madre de Dios y Madre de los hombres! Nosotros creemos, con todo el fervor de nuestra fe, en vuestra asunción triunfal en alma y cuerpo al cielo, donde sois aclamada Reina por todos los coros de los Ángeles y por toda la legión de los Santos; y nosotros nos unimos a ellos para alabar y bendecir al Señor, que os ha exaltado sobre todas las demás criaturas, y para ofreceros el aliento de nuestra devoción y de nuestro amor. Sabemos que vuestra mirada, que maternalmente acariciaba la humanidad humilde y doliente de Jesús en la tierra, se sacia en el cielo a la vista de la humanidad gloriosa de la Sabiduría increada y que la alegría de vuestra alma, al contemplar cara a cara a la adorable Trinidad, hace exultar vuestro Corazón de inefable ternura; y nosotros, pobres pecadores, a quienes el cuerpo hace pesado el vuelo del alma, os suplicamos que purifiquéis nuestros sentidos, a fin de que aprendamos desde la tierra a gozar de Dios, sólo de Dios, en el encanto de las criaturas. Confiamos que vuestros ojos misericordiosos se inclinen sobre nuestras angustias, sobre nuestras luchas y sobre nuestras flaquezas; que vuestros labios sonrían a nuestras alegrías y a nuestras victorias; que sintáis la voz de Jesús, que os dice de cada uno de nosotros, como de su discípulo amado: Aquí está tu hijo; y nosotros, que os llamamos Madre nuestra, os escogemos, como Juan, para guía, fuerza y consuelo de nuestra vida mortal. Tenemos la vivificante certeza de que vuestros ojos, que han llorado sobre la tierra regada con la Sangre de Jesús, se volverán hacia este mundo, atormentado por la guerra, por las persecuciones y por la opresión de los justos y de los débiles, y entre las tinieblas de este valle de lágrimas esperamos de vuestra celestial luz y de vuestra dulce piedad, alivio para las penas de nuestros corazones y para las pruebas de la Iglesia y de la patria. Creemos, finalmente, que en la gloria, donde reináis vestida de sol y coronada de estrellas; Vos sois, después de Jesús, el gozo y la alegría de todos los Ángeles, de todos los Santos; y nosotros, desde esta tierra donde somos peregrinos, confortados por la fe en la futura resurrección, volvemos los ojos hacia Vos, vida, dulzura y esperanza nuestra. Atraednos con la suavidad de vuestra voz para mostrarnos un día, después de nuestro destierro, a Jesús, fruto bendito de vuestro seno, ¡oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!”
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 « Hoy María Virgen subió a los cielos: alegraos porque con Cristo reina para siempre. » Es el grito de la Liturgia y de la fe cristiana, dos veces milenaria. La que fue Madre de Dios e Inmaculada desde su Concepción, con convenía, no podía, sufrir la corrupción del sepulcro. Su santa dormición fue un deliquio místico de amor entrañable a su Dios, y enseguida un raudo vuelo de paloma a lo más encumbrado de los cielos, cortejada por los coros angélicos. Desde su exaltado sitial queda entronizada como Reina de todos los Santos, con la correspondiente « omnipotencia suplicante». Subió hasta la diestra de su Hijo benditísimo para preceder en la gloria a sus hijos adoptivo, que son casi legión, que son casi infinitos. Por todos se interesa, como madre e intercesora, la « llena de gracia», la « más bendita de todas las mujeres».

 Y el papa Pío XII, cediendo a su personal creencia y filial devoción y respondiendo también al unánime voto de toda la cristiandad, define Dogma de fe cristiana esa Asunción de María a los cielos en su cuerpo y alma, para gloria de tan excelsa Señora y esperanza de sus hijos militantes en la tierra. El 1 de noviembre del Año Santo y Jubilar de 1950 presenció la acogedora plaza de San Pedro el acto más apoteósico que jamás pudo contemplarse en el mundo ante el medio millón personas de toda raza y país que a la voz del Sumo Pontífice Romano aclamaron a la Reina Asunta a los cielos e imploraron juntos su maternal protección sobre este mundo sufriente. María Asunta a los cielos es la gloriosa Mujer del Apocalipsis; es la Hija del Rey, ricamente engalanada; es la triunfadora del Dragón infernal; la nueva Judit; la niña preferida de Dios, que le rinde por tantas gracias un Magnificat de gratitud. 

Y al ascender la Madre, provoca a volar a sus hijos de la tierra, que le piden resucitar con Cristo y compartir luego con la Madre su gloria en el empíreo. Reina y Madre santísima, segura de tí misma, muéstrate solícita por los tuyos, que sufrimos continua lucha y continua tempestad. Tu fiesta culminará en ocho días con la celebración de tu fiesta con el título de Reina. Esto nos pone de manifiesto tu perfecta y total glorificación junto a tu Hijo, Rey y Señor de todo el universo. Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, ella, al aceptar tu Palabra, con limpio corazón, mereció concebirla en su seno virginal, y al dar a luz a su Hijo, preparó el nacimiento de la Iglesia. Ella, al recibir junto a la cruz el testamento de su amor divino, tomó como hijos a todos los hombres, nacidos a la vida sobrenatural por la muerte de Cristo. Ella, en la espera pentecostal del Espíritu, al unir sus oraciones a las de los discípulos, se convirtió en el modelo de la Iglesia suplicante. Desde su asunción a los cielos, acompaña con amor materno a la Iglesia peregrina, y protege sus pasos hacia la patria celeste, hasta la venida gloriosa de Nuestro Señor Jesucristo.

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