jueves, agosto 30, 2018

RUEGA POR NOSOTROS

VIDA DE SANTA ROSA
Santa muerte y glorificación
Desde que cayó enferma supo que se había de morir y así se lo decía a todos. Viendo llorar a su madre, María de Oliva, le dijo: “No llore, madre mía, ni derrame lágrimas, porque las lágrimas valen mucho y sólo por los pecados se han de derramar”.
Los tormentos de la agonía final de Rosa repitieron la Pasión del Calvario. Sus dolores sobrenaturales se asemejaban a una lanza de fuego que la atravesaba de pies a cabeza. “Dónde estás Señor mío, bien mío, regalo mío; cómo no te veo” murmuraba Rosa en su lecho de muerte haciendo suyas las palabras de Cristo en la Cruz, para añadir después “cúmplase Señor en mí tu santísima voluntad”. Así llegó al último trance, para el cual toda la vida se había prevenido y diciendo: “Jesús, Jesús, sea conmigo” expiró y entregó su alma a Dios, en la madrugada del 24 de agosto de 1617, fiesta de San Bartolomé. Al morir, su boca —como la de Cristo— estaba cubierta de sangre y su faz parecía “un vivo retrato de … Nuestro Señor en la Cruz”.
Tan sólo a la vista de su venerable cadáver, los pecadores se confesaban a voces llenando los “confesionarios de lágrimas” y las “casas de modestia” (Fray Victorino Osende O.P).
Su entierro fue apoteósico. Multitudes de gentes llenaron plazas, calles y azoteas. Concurrieron el Arzobispo Lobo Guerrero y los representantes del Cabildo de la Iglesia Metropolitana, los Magistrados y oidores de la Audiencia de Lima, que sólo hacían acto de presencia a la muerte de un virrey. Antes de ser sepultado, su venerable cadáver fue vestido seis veces por el fervor generalizado de obtener reliquias. Tenía su cuerpo yaciente una singular belleza. Rosa no parecía muerta sino dormida. Los fragmentos de los hábitos, las hojas de palma de su túmulo, las partículas de su escapulario y velo, el polvo y astillas de su sepulcro y ermita, se repartieron por todo el Perú empezando a curar enfermedades y a obrar numerosos milagros.
Como fue previsto por Rosa, su ejemplo cundió, cinco años después de su muerte se fundó el Monasterio de Santa Catalina, y sobre el solar de su protector don Gonzalo de la Maza, donde se refugió de la persecución que desató su familia contra ella, se levantó más adelante el Monasterio de Santa Rosa de las Monjas.
Clemente X, en su Bula de Canonización (1671), puntualizaba cómo esta santa era “una Rosa de muy suave olor a Dios, a los ángeles y a los hombres… y la primera que el Nuevo Mundo ha de poner en el catálogo de los santos… y de tal manera le inflamó con el fuego de su caridad, que no sólo recreó con su olor, sino que brilló con luz esplendente en aquella parte de la Casa de Dios que estaba en las tinieblas, para que resplandeciese como el lucero de la mañana entre las tinieblas, como la luna en su plenitud en nuestros días y como el sol refulgente en perpetuas eternidades”.
ORACIÓN 
¡Oh flor la más hermosa y delicada que ha producido la tierra americana!, portento de la gracia y modelo de las almas que desean seguir de cerca las huellas del Divino Maestro, obtened para nosotros las bendiciones del Señor. Proteged a la Iglesia, sostened a las almas buenas y apartad del pueblo cristiano las tinieblas de los errores para que brille siempre majestuosa la luz de la Fe y para que Jesús, vida nuestra, reine en las inteligencias de todos los hombres y nos admita algún día en su eterna y dichosa mansión. Amén.
Santa Rosa de Lima, rogad por nosotros.
In Nomine (†) Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amén.

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