martes, septiembre 24, 2013

FESTIVIDAD DE NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED,GENERALA DEL EJERCITO ARGENTINO

Lleguémonos confiadamente al trono de la gracia:
a fin de alcanzar misericordia, y hallar gracia
para ser socorridos en tiempo oportuno.
(Hebreos, 4, 16).

MEDITACIÓN SOBRE
NUESTRA SEÑORA DE LAS MERCEDES
I. Desde que María, consintiendo en el sacrificio del Redentor en la cruz, llegó a ser la cooperadora de la Redención, nada desea más que ayudar a los pobres pecadores. Por cargados de crímenes que estemos, apenas recurramos a Ella con el deseo de corregirnos, nos acogerá bondadosamente y nos obtendrá el perdón. Cuanto más desgraciados somos, con tanto mayor razón es nuestra reina. Vos sois la Reina de la misericordia, y ¿quién tiene necesidad de misericordia sino los miserables? (San Bernardo).
II .La Santísima Virgen no se contenta con retirarnos del abismo del pecado, sino que nos impide recaer en él. Recurrir a María es un medio infalible para vencer los asaltos del infierno, porque Ella es temible como un ejército en orden de batalla. ¿Te cuidas de recurrir a Ella en las tentaciones? Acuérdate de las circunstancias en las que has sucumbido y verás que, precisamente, son aquéllas en que descuidaste invocar su socorro. En tus peligros, en tus angustias, en tus dudas, piensa en María, invoca a María: que su nombre no se aleje de tus labios ni de tu corazón. (San Bernardo).
III. Pero sobre todo es en la hora de la muerte cuando María cuida de sus servidores. Si el demonio, en esa hora tremenda, redobla sus esfuerzos para perdernos, María redobla su solicitud para asegurar nuestra salvación. Es entonces sobre todo cuando para nosotros es reina de misericordia. Una madre de la tierra tiene para con su hijo moribundo menos ternura que María para con sus servidores. Invócala, pues, durante tu vida a fin de que tengas la dicha de morir uniendo en tus labios el nombre de María al de Jesús. ¡Oh Soberana, salid al encuentro de mi alma a su salida de este mundo, y recibidla en vuestros maternales brazos! (San Buenaventura) .
La frecuente invocación del nombre de María
Orad por los pecadores endurecidos.
ORACIÓN
Oh Dios, que por intermedio de la gloriosa Madre de vuestro Hijo, habéis enriquecido a vuestra Iglesia con una familia religiosa consagrada a la redención de los cristianos caídos en poder de los infieles, dignaos, en vista de sus méritos y de su intercesión, conceder a los que la honran piadosamente como la fundadora de esta gran obra, la gracia de quedar libres de las cadenas del pecado y de la cautividad del demonio. Por J. C. N. S. Amén.
Oración a la Nuestra Señora de la Merced
Generala del Ejército Argentino
   A ti recurrimos, oh Virgen Generala de nuestros Ejércitos, para implorar tu maternal protección sobre esta Patria Argentina.
   Te recordamos que aquí se alzó el altar donde se glorificó a Jesús Eucarístico ante el mundo entero; que nuestra bandera se izó en la presencia augusta de tu divino Hijo; que los colores nacionales cruzan sobre tu pecho cual blasón de Generala del Ejército Argentino
   Por todo esto te pedimos que protejas a nuestra Patria erigida según los designios divinos y que del uno al otro confín sepan los pueblos honrarla y que al postrarnos ante tu imagen de Virgen Generala resuene esta unánime aclamación:
¡Tu eres la gloria de nuestra Patria. Tú eres la honra de nuestro pueblo! ¡Tu la Generala de nuestro Ejército! 

A 200 años de la Batalla de Tucumán: Cuando los escapularios vinieron a ser una divisa de guerra. Cuando los escapularios vinieron a ser una divisa de guerra por el p. Guillermo Furlong, S J *** En la víspera de la batalla de Tucumán, acudió al pie de los altares y eligió a Nuestra Señora de las Mercedes por patrona de su ejército, pidiéndola fervorosamente que intercediera con el Dios de los ejércitos, y le gobernara en la batalla que iba a librar. Este acto público de acendrada religiosidad tuvo lugar poco antes de la batalla, y así es que pudo escribir Belgrano, poco después de librado el combate: “La patria puede gloriarse de la completa victoria que han obtenido sus armas, el día veinte y cuatro del corriente, día de Nuestra Señora de las Mercedes, bajo cuya protección nos pusimos…”

 La batalla de Tucumán, una de las más gloriosas y heroicas del ejército argentino, fue librada el día 24 de septiembre de 1812. Aunque la inferioridad de Belgrano era manifiesta, fue suplida a fuerza de heroísmo y de audacia. Se luchó denodadamente durante todo el día, hasta que Tristán se dio a la fuga, dejando en el campo de batalla más de cuatrocientos muertos, tres banderas, un estandarte y todos los bagajes. Parte del ejército patriota siguió en persecución de los enemigos, parte quedó en el “Campo de las Carreras” y lo restante, al mando de Belgrano, se dirigió a la ciudad, con el objeto de manifestar públicamente su agradecimiento a la Santísima Virgen. “La divisón de vanguardia – escribe Mitre- llegó a Tucumán en momentos que una procesión cruzaba las calles de la ciudad, llevando en triunfo la Imagen de Nuestra Señora de Mercedes… A caballo y llena de polvo del camino se incorporó la División de vanguardia a la procesión, la que siguiendo su marcha, desembocó al campo de batalla, húmedo aún con la sangre de las víctimas. El general se coloca entonces al pie de las andas que descienden hasta su nivel, y desprendiéndose de su bastón de mando, lo coloca en las manos de la Imagen; y las andas vuelven a levantarse en procesión continúa majestuosamente su camino.

 Este acto tan sencillo como inesperado, produjo una impresión profunda en aquel concurso poseído de sentimientos piadosos y aun los espíritus fuertes (?) se sintieron conmovidos”. En la “Historia de los Premios Militares”, publicada por el Ministerio de Guerra, se halla la reseña de una curiosa medalla de origen desconocido, según los compiladores de la mencionada obra, pero que el erudito Padre Antonio Larrouy atribuye al general Belgrano quien, por su cuenta, la hizo acuñar en la Casa de la Moneda. Es, escribe Larrouy, “un nuevo testimonio de su indefectible gratitud a su Protectora”. La Batalla de Tucumán. Manuel LIZONDO BORDA: Belgrano y la victoria de Tucumán (a 150 de esta magna acción). En: Boletín de la Academia Nacional de la Historia. Bs. As., Volumen XXXIII, Segunda Sección, 1962, pp. 694-698. (…) El enfrentamiento de los dos ejércitos. – Cuando el ejército del general Tristán, fuerte de más de 3.000 soldados de las tres armas, el 23 de septiembre llegó a la proximidad de la ciudad de Tucumán, Belgrano estaba con el suyo en ella, listo para enfrentarlo. Había conseguido reunir y organizar cerca de 2.000 hombres, de las tres armas, pero con pocos armamentos. El principal aporte que allí recibió fue de caballería, formado por un contingente de Santiago, y sobre todo por el de la campaña tucumana del sur que fue decisivo en la batalla. Éste se componía de verdaderos gauchos entusiastas, montados en soberbios caballos de su pertenencia; pero carentes de armas, no digamos de uniformes, tuvieron que improvisar ellos mismos sus lanzas con cuchillos enastados en palos y tacuaras. Y en lo demás era su arreo el del gaucho de todos los días: el puñal a la cintura y también las boleadoras, y en las monturas el lazo a los tientos y los guardamontes adelante. Belgrano –según dice en su segundo parte sobre la batalla- había preparado el campo de ésta al norte de la ciudad, y el 23 de septiembre, a la mañana, estaba allí con la tropa dispuesta para recibir al enemigo, cuyas avanzadas se habían acercado como a media legua; pero luego supo que ellas retrogradaron hasta Tafí Viejo, donde estaba el grueso de su ejército [1]. Por lo cual él volvió con el suyo a la plaza de la ciudad en que estaba acampado; y a las 2 de la mañana del día siguiente, 24, fue a situarse otra vez en el norte, por donde esperaba que llegase el general Tristán viniendo por el camino real.

 Pero entonces ocurre algo inesperado, que no explican Belgrano ni Paz y ha sido mal interpretado por los historiadores, empezando por Mitre, el mejor informado. Y es que el ejército realista, en la mañana temprano, torciendo a la derecha se recostó a la montaña hasta dar con el viejo camino del Perú, para seguir por él al sur, como a una legua del pueblo, e ir a salir al Ojo de Agua del Manantial, desde donde, pasando por su puente se acercó a la ciudad, por el suroeste, hacia el Campo de las Carreras: punto en que, conociendo esta marcha, Belgrano ya había pasado a situarse con el suyo. Se ha dicho que Tristán hizo este cambio de rumbo para cortar la retirada de Belgrano hacia el sur. Pero esto no convence de ninguna manera; por cuanto era en realidad una maniobra inútil, que demoraba su llegada a la ciudad, y por allí no cortaba ni envolvía nada, ya que la ciudad tenía por el este otras salidas para Santiago y Córdoba. Para Marcelino de la Rosa, como para nosotros, la razón de este viraje fue otra: estuvo en un hecho que nadie refiere, a no ser su autor, Aráoz de la Madrid. Y es el incendio de los pajonales del norte, en Los Pocitos, provocado por él al amanecer del 24. 

Porque este incendio, que se extendió vasto y voraz, desorganizó la avanzada de Tristán y hasta el grueso de su ejército, obligándolo al cambio de rumbo referido [2]. Luego hay otra circunstancia, casi providencial, que tuvo una influencia destacada en la derrota realista. Tan increíble parece que ningún autor, fuera de Marcelino de la Rosa, la menciona. Pero estudiando lo que ocurre a Tristán y su ejército, antes de empeñarse la acción, nosotros llegamos a admitir lo que dice de la Rosa, por ser lo único que explica las cosas raras que suceden a Tristán, inconcebibles de otro modo en un militar de su categoría. Y es esto: que él ignoraba, hasta enfrentarse con Belgrano y su ejército en el Campo de las Carreras, que éstos se encontraban allí, listos para darle batalla. Tristán, debió tomar por fuerzas tucumanas insignificantes las que pudo vislumbrar por el norte de la ciudad, sin pensar nunca que fuesen del ejército de Belgrano, a quién suponía por Santiago o más lejos en su retirada. Porque de otra manera no puede explicarse lo siguiente: que Tristán se desconectase de gran parte de sus pertrechos de guerra y municiones que venían a retaguardia, cuyos conductores, ignorantes del viraje del ejército, y creyéndola ya ocupada entraron con ellos en la ciudad por el norte, hasta que fueron tomados por la guarnición de la plaza; que el propio Tristán, al enfrentar al ejército patriota, viniese con el suyo aún en tren de marcha, tan descuidado, que de doce cañones que traía sólo pudo armar dos, que tampoco tuvo tiempo de emplearlos; y que, del resto de sus armas, sólo pudiese organizar a la carrera la infantería y la caballería, y no de manera completa. Porque esto no se explica siquiera con que Tristán pensase, según Mitre, que Belgrano estaría encerrado en la ciudad, cuando los conductores del parque entraron en ella creyéndola de inmediato ya en poder de su ejército. Y así, todo esto nos induce a creer: que si Tristán supo que Belgrano estaba en Tucumán el 17 de septiembre, según las notas cambiadas con éste por la captura del coronel Huici [3], bien pudo suponer que después se fue de esta ciudad. 

Porque, si no es así, sólo queda esta otra conclusión: que Tristán daba tan poca importancia a las fuerzas de Belgrano, que no tomó ninguna precaución e incurrió en descuidos imperdonables, que para los patriotas fueron providenciales. ¡Dios ciega al que quiere perder! La Batalla de Tucumán. – Dice Marcelino de la Rosa que si Belgrano hubiese llevado el ataque a los realistas aprovechando su sorpresa y su desorganización, habría tomado prisionero a todo el ejército enemigo. Pero, cuando él dio sus órdenes de ataque, ya Tristán había conseguido formar apresuradamente dos batallones de infantería, fuera de su caballería. Los patriotas iniciaron la batalla con cañonazos de la artillería, dirigidos por el barón de Holmberg, de modo tan certero, que abrieron grandes claros en la infantería del centro enemigo, haciéndola oscilar casi hasta el desbande, lo que consiguió luego con su ataque la infantería patriota. Nuestra caballería del ala derecha, formada por dragones y en su mayor parte por los paisanos tucumanos al mando de Juan Ramón Balcarce, dio en seguida su carga formidable, en una gran atropellada, unos con los sables en alto y los otros con sus lanzas en ristre, a toda furia de su caballada, haciendo sonar los guardamontes y dando alaridos. Fue como una tromba infernal que nada pudo detener. La caballería realista de Tarija al verlos llegar en esa forma, sableando y lanceando a un lado y otro, se espantó y huyó. Ni la infantería española de ese frente pudo contenerlos; la pasaron por un lado, si no por encima, debandándola, y cuando se dio cuenta la encontró a su retaguardia. Nuestros paisanos, por lo visto, atravesaron de parte a parte el ejército enemigo como si fuera un matorral: se fueron hasta el fondo, ya de la otra banda donde estaban bagajes y mulas cargadas con plata y valiosos equipajes de los españoles. Y allí nuestros paisanos, creyendo cumplido su objetivo, se dispersaron… para dedicarse a recoger ese rico botín. Mientras tanto, nuestra caballería del ala izquierda, formada por el contingente de los santiagueños en su mayoría, al primer entrevero con la de los realistas se asustó y desbandó emprendiendo una rápida fuga hacia el sur. Y es entonces cuando ocurre la gran confusión que dice Paz en sus Memorias. Ella se debió también, en gran parte, a un vasto huracán que al mediodía, según cuenta de la Rosa, llegó desatado del sur arrastrando nubes de polvo y una gran manga de langostas que cubrían el cielo y oscurecían el día. Y lo curioso es que estas langostas escapando al viento, al largarse en picada al suelo hacían fuertes y secos impactos en pechos y caras de los combatientes. Y si los mismos criollos que los conocían, al sentir esos golpes, según Paz, se creyeron heridos de bala, es de imaginar el espanto de los altoperuanos o cuicos al sentir en sus cuerpos tal granizada de balazos… que no eran sino langostazos. Pasada esta gran confusión y también el desorden de ambos bandos, lo que había ocurrido es lo siguiente: que el general Tristán, empujado por la fuga de su caballería de la izquierda y hasta por el desbande de su infantería derrotada, había retrocedido hasta el Manantial, donde trataba de reunir sus contingentes dispersos (que aún eran numerosos); que, por su parte, el general Belgrano, al pasar a su ala izquierda para ordenar personalmente la carga, producida la escapada de la caballería santiagueña, había sido envuelto y arrastrado por ella, sin poder desprenderse hasta cerca del Rincón, por Santa Bárbara; que así, la infantería patriota quedó dueña del campo de batalla; y que viéndola sola, sin tropas formadas de caballería, el mayor general Eustoquio Díaz Vélez, prevenido y sereno como siempre, con la ayuda de la reserva de la plaza, la hizo replegarse a la ciudad llevándose los heridos y centenares de prisioneros, con carretas, piezas de artillería y municiones abandonadas por el enemigo. Y encerrado en la plaza, cuyas calles estaban foseadas, Díaz Vélez quedó a la expectativa, fuerte y seguro, como vencedor: porque él, realmente, al hacer eso decidió la victoria de las armas patriotas ese día. En esta situación, por la tarde, vienen las andanzas del ayudante de Holmberg, José María Paz, que él cuenta en sus Memorias: su encuentro con Belgrano en el Rincón; la llegada de Balcarce anunciando que había triunfado ampliamente sobre el ala izquierda realista; la entrada que hace él (Paz) por orden de Belgrano en la ciudad para saber de su suerte; su entrevista en ella con Díaz Vélez, a quien encuentra dueño de la plaza y fuerte con la infantería y la reserva, y en fin su regreso al Rincón por la noche, donde comunica esto al general Belgrano, el cual entonces ya no dudó de su victoria. Pero esa tarde, temprano, había ocurrido otra novedad: la llegada de Tristán, con las fuerzas que pudo organizar, hasta los suburbios del pueblo, desde donde intima al jefe de la plaza que si no se rendía en el término de dos horas pegaba fuego a la ciudad; a lo que Díaz Vélez le contesta invitándolo a que se atreva, cuando nuestras tropas estaban vencedoras y había adentro 354 prisioneros, 120 mujeres, 18 carretas de bueyes, todas las municiones de fusil y cañón, 8 piezas de artillería, 32 oficiales y 3 capellanes, tomados a su ejército [4]. Y Tristán, por supuesto, no se atreve: reconoce su situación de vencido y se retira. Llega así el día 25 de setiembre, en cuya mañana el general Belgrano desde el Rincón, donde había dormido, alcanzando a reunir unos 500 hombres de su caballería dispersa, se acerca a las inmediaciones de la ciudad.

 Pero lo más interesante de todo este día no es esto sino la inercia del general Tristán, cuyas fuerzas aún eran importantes. Las razones de ella debieron ser varias, siendo la principal el haberse quedado sin parque, sin cañones y sin municiones. Y otra, no menos importante, aunque de otro orden, debió ser el espíritu ya acobardado de mucha de su tropa. ¿Por qué? Sobre todo, a nuestro juicio, por el miedo o casi el terror que les habían infundido nuestros paisanos debido a lo que hicieron… y aún andaban haciendo en ese día. Porque ellos, después de su carga y dispersión del 24, andaban desde esa tarde por el campo de batalla y sus alrededores dedicados a una prolija y metódica limpieza de enemigos sueltos. Por lo cual muchos de éstos, según cuenta Paz, antes de caer en sus manos, iban a entregarse prisioneros en el primer rancho que encontraban, aunque en él sólo hubiese desvalidas mujeres [5]. Y por todo esto, amenazado ya por fuerzas de caballería que en torno de Belgrano se iban engrosando, después de rechazar la rendición que éste le intimara a su vez, Tristán reconoció íntimamente su derrota. 

Y esa misma noche del día 25 emprendió su retirada a Salta. ¡Tucumán y la Patria se habían salvado! Parte de la Batalla. – El 26 de setiembre Belgrano envía al Gobierno su primer parte sobre la batalla. Dice: La patria puede gloriarse de la completa victoria que han obtenido sus armas el 24 del corriente, día de Nuestra Señora de las Mercedes, bajo cuya protección nos pusimos: siete cañones, tres banderas y un estandarte, cincuenta oficiales, cuatro capellanes, dos curas, seiscientos prisioneros, cuatrocientos muertos, las municiones de cañón y de fusil, todos los bagajes y aun la mayor parte de sus equipajes, son el resultado de ella; desde el último individuo del ejército hasta el de mayor graduación, se han portado con el mayor honor y valor, al enemigo lo he mandado perseguir; pues con sus restos va en precipitada fuga; daré a V. E. un parte pormenor, luego que las circunstancias lo permitan. – Dios guarde a V. E. muchos años [6]. Nunca con menos palabras se dijo entre nosotros algo más elocuente ni más grande. ¡Non multa sed multum! (…) [1] Documentos del Archivo de Belgrano. Buenos Aires, Coni Hnos., 1914, t. IV, pág. 230 y sig. [2] Aráoz de la Madrid, Memorias, t. I, pág. 9; y Observaciones…, op. cit., pág. 9. [3] Gaceta Ministerial del Gobierno de Buenos Aires, Nº 27, 9 de octubre de 1812, pág. 108. [4] Gaceta de Buenos Aires, reimpresión facsimilar, Buenos Aires, 1911; t. III, extraordinaria, martes 13 de octubre de 1812, pág. 4. [5] Memorias, op. y t. cit., pág. 41. [6] Doc. del Arch. de Belgrano, op. y t. cit., pág. 230. La Batalla de Tucumán: La Batalla de la Soberanía. Texto: DESCOTTE, Mario Luis: San Martín y Belgrano. Ante el espejo de la Historia. Mendoza, Fondo Editorial San Francisco Javier, 2006, pp. 115-119. Desde 1812 a 1814 lo hallamos a nuestro personaje comandando el Ejército del Norte. El gran frente de lucha era el Alto Perú, que llevaba directamente al “centro de la opresión”, como se decía entonces, es decir, el Virreinato del Perú. Sólo allí se enterrarían las armas la guerra. Hagamos un breve repaso, en honor de la claridad. La Revolución halló su primer resistencia en Córdoba, donde fue sofocada. Allí encontró la muerte el Conde de la Lealtad, Santiago Liniers. Luego vinieron triunfos como la batalla de Suipacha, 7 de noviembre de 1810, comandada por Balcarce y una derrota clave: Huaqui, (en junio de 1811). Desde entonces, se perdió el Alto Perú, pero la lucha continuó. Un detalle no menor fue el tono irreligioso que tuvo el accionar de hombres como Castelli, pues permitieron que los realistas hicieran la guerra a los patriotas, bajo el lema de muerte a los herejes porteños (1). Como lo advierte Ruiz Moreno, la derrota de Huaqui fue completa, no sólo en armamentos sino en la disciplina en el ejército. La fuga fue general. Por último está la aseveración del general Juan José Viamonte: “No hay en estos países hoy nada más dulce que la sangre del porteño…” Todo lo ganado en Suipacha se había perdido en Huaqui, en palabras de Ruiz Moreno. Belgrano estaba al frente del Ejército del Norte. En marzo de 1812, en la posta de Yatasto, Pueyrredón entregó el mando a Belgrano, quien le dejó, “una sombra de ejército”. Era vital detener a los realistas por el norte. Son significativas las palabras a los jefes y oficiales que lo recibieron en Tucumán: “Aquél que no se sienta con fortaleza de espíritu suficiente para soportar los trabajos que nos esperan, debe solicitar su licencia. A mi lado quiero tener solamente los hombres dispuestos a sacrificarse por la Patria”. Nuevamente, el ejército de Belgrano carecía de todo, de allí su clamor: “Siempre me toca la desgracia de que me busquen cuando el enfermo ha sido atendido por todos los médicos y lo han abandonado…”

 No dejó de interrogarse: “¿Se puede hacer la guerra sin gente, sin armas, sin municiones, sin pólvora siquiera…?” Los españoles, al mando de Goyeneche, amenazaban con entrar por la Quebrada de Humahuaca. Belgrano impuso al pueblo jujeño el sacrificio supremo: el éxodo, y ¡en qué condiciones!, pues como escribiera Ricardo Rojas, “por donde ellos se expatriaron quedó tan sólo el rastro de la muerte…” Comenzó el 23 de agosto de 1812. Dora Blanca Tregini Zerpa lo describe así: “La orden de Belgrano fue terminante y precisa: no debería quedar nada que fuese de provecho para el adversario: ni casas ni alimento ni un solo objeto de utilidad. Todo fue quemado o transportado a lomo de mula, de caballo, de burro… hasta el último grano de la última cosecha. Visión dantesca y sublime, a la vez, la de ese pueblo sufrido y resignado por antonomasia, en la evasión de sí mismo, con sus criaturas y sus animales a cuestas… sin saber a ciencia cierta qué le aguardaba al final del camino” (2). La retirada no sería absoluta. Contra toda esperanza, y desobedeciendo al gobierno, que le ordenaba replegarse a Córdoba, el creador de la bandera decidió hacer pie en Tucumán, y el 24 de setiembre de 1812 se libró la célebre batalla de Tucumán: una victoria total. (3) Belgrano no había dejado de clamar al Triunvirato: “V.E debe persuadirse que cuanto más nos alejemos, más difícil ha de ser recuperar lo perdido, y también más trabajoso contener la tropa para sostener la retirada con honor, y no exponernos a una total dispersión…” Últimamente, Isidoro J. Ruiz Moreno nos invita a mirar a esta batalla como la “batalla de la soberanía”: “La victoria de Tucumán ha sido una de las más decisivas de nuestra Historia, cuyo mérito aún no se exalta en la medida que merece, aún cuando lo han ponderado justamente quienes estudiaron el tema. Desde entonces se dataron las comunicaciones allá como emitidas desde el “sepulcro de la tiranía”. Ha sido en verdad, la batalla de la soberanía, porque un Ejército Nacional obtuvo el triunfo que afirmó la independencia patria… Las consecuencias de Tucumán fueron decisivas, no sólo para el territorio rioplatense sino para la emancipación sudamericana general al afirmar la causa argentina de donde saldrían las campañas auxiliadoras de Chile primero, y luego de Perú y Ecuador.


 En el orden inmediato significó la desocupación del suelo invadido, privando al enemigo de su eventual predominio sobre la zona norte, cuya población desde entonces se adhirió más decididamente por la causa de la independencia, y devolviendo una fuerza moral indispensable a las tropas vencedoras… Las consecuencias materiales del triunfo significaron 1000 bajas para los realistas (entre los cuales 61 jefes y oficiales y 626 de tropas prisioneros), la captura de tres banderas y dos estandartes, 7 piezas de artillería, 400 fusiles, todo su parque y bagajes. Debe llamarse la atención sobre la procedencia de los oficiales realistas: la mayor parte de los subalternos eran oriundos de América, mayormente del Alto Perú y varios de Lima, sin faltar dos subtenientes salteños. Los argentinos tuvieron 61 muertos y 181 heridos…” (4) A su vez, otro académico notable, Armando Raúl Bazán nos dice: “La batalla de Tucumán, dada en el campo de La Ciudadela… fue la más nacional de todas las que se libraron en la guerra de la Independencia. Ahí estuvieron representados casi todos 

“los pueblos” de la convocatoria de Mayo… Tucumán fue, pues, la batalla de la unión nacional y por eso se ganó frente al temido ejército de Tristán. Emoción patriótica, bravura, fe religiosa, todo ayudó. Esta batalla y la de Salta (20 de febrero de 1813) marcan el punto más alto del Ejército Auxiliar del Alto Perú. Eso fue un ejército popular y no un comité político como había sido en Huaqui y lo sería posteriormente en Sipe-Sipe. Tucumán salvó a la revolución. Por sus resultados sólo es comparable con Maipú y Boyacá que valieron para definir la suerte de otros países americanos.” (5) Tras el triunfo emergió el temple religioso de Belgrano: puso su bastón de mando en las manos de la imagen de Nuestra Señora de las Mercedes y dirigiéndose al gobierno expresó: “La Patria puede gloriarse de la completa victoria que han obtenido sus armas el día 24 de setiembre del corriente, día de nuestra Señora de las Mercedes bajo cuya protección nos pusimos.” Una notable carta de fecha 20 de octubre, dirigida a Pedro Andrés García, nos introduce en un Belgrano “íntimo”, que nos lleva al plano de las “creencias” como dice Julián Marías y no solamente las ideas: “Mi amado Perico: convéncete de que nuestra causa nada tiene que agradecer a los hombres; ella está sostenida por Dios, y Él es quien la ha salvado. 

Yo no he tenido más parte en la acción del 24 que la que ha tenido el último de mis camaradas, en quienes ví un espíritu prodigioso, y en quienes observo una constancia a prueba de conseguir que la patria de constituya con toda dignidad”. (6) Notas. Cfr. Jorge María Ramallo: La Guerra religiosa en el Alto Perú (1811-1813), en Academia Nacional de la historia, Cuarto Congreso Internacional de Historia de América, Buenos Aires, 1966, Tomo V. Dora Blanca Tregini Zerpa, El éxodo jujeño, en Manuel Belgrano, los Ideales de la Patria cit, p. 57. Cfr: Emilio a. Biondo, El tiempo del éxodo jujeño (23 de agosto de 1812), en Anales del Instituto Belgraniano Central, Buenos Aires, N 4, 1981. El triunvirato le había ordenado: “Si la superioridad de las fuerzas de Goyeneche le hicieron dueño de Salta, y sucesivamente emprendiese, como es de inferir, la ocupación de Tucumán, tomará V.S. anticipadas disposiciones para trasplantar a Córdoba la fábrica de fusiles que se halla en aquel punto, como la artillería, tropa y demás concerniente a su ejército”. “¡Casi medio país debía abandonarse al enemigo, instruía el gobierno!” acota Isidoro J. Ruiz Moreno. Y Manuel Lizondo Borda reflexiona: “No tiene esto sentido. Lo único que podría explicar, pero no justificar, tan extraña actitud del Triunvirato, es que estaba con pánico, y exagerando con la imaginación el peligro, sólo atinaba a salvar la Capital y su gobierno, ante lo cual poco le importaba la pérdida de nuestras ciudades del norte. ¡Qué lindo Triunvirato!” En: Tucumán, la batalla del pueblo, en Manuel Belgrano, los ideales de la Patria cit, p. 60. Isidoro J, Ruiz Moreno, ob. cit., p. 142. Armando R. Bazán, Historia del Noroeste Argentino, Buenos Aires, Plus Ultra, 1986, p. 132. Academia Nacional de la Historia, Epistolario Belgraniano cit, p. 168.

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